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La traición del legado: El caso de Desorden Público y Zapato 3 en la Venezuela del narcorégimen
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En el contexto de una Venezuela sumida en una crisis política, social y económica, el ámbito cultural ha sido uno de los terrenos más afectados por la polarización y la manipulación estatal. Un ejemplo reciente y polémico es la participación de bandas icónicas como Desorden Público y Zapato 3 en eventos organizados por el régimen chavista-madurista, lo que ha generado un profundo debate sobre la integridad artística y el papel de la música como vehículo de resistencia.
El Esequibo Fest: ¿Patriotismo o propaganda electoral?
El Esequibo Fest, celebrado el 1ero de diciembre de 2023, fue presentado como un acto patriótico en defensa del territorio Esequibo, pero su verdadero propósito parecía ser inaugurar la campaña electoral para las elecciones presidenciales de 2024. Este evento gratuito, organizado por el Ministerio de Defensa bajo la dirección de Vladimir Padrino López, incluyó a bandas como Desorden Público, Zapato 3, King Chango y Los Pixel. La participación de estos grupos no pasó desapercibida, especialmente porque sus integrantes han sido críticos del régimen en el pasado.
La controversia se agudizó cuando Horacio Blanco, vocalista de Desorden Público, recibió una condecoración de manos de Padrino López, figura clave del régimen y señalado por graves violaciones a los derechos humanos. Este gesto simbólico marcó un punto de inflexión para muchos seguidores que vieron en este acto una traición al legado contestatario que caracterizó a la banda durante décadas.
La estrategia cultural del régimen
El caso no se limita al Esequibo Fest. En el estado Carabobo, otro evento cultural denominado Retrografía Espacio Cultural reunió a figuras emblemáticas del rock venezolano como Danel Sarmiento y José Luis Caplis Chacín (Desorden Público), Edgar Jiménez (Sentimiento Muerto) y Juan Ignacio Morasso (4to Reich). Este evento fue promovido por Rafael Lacava, gobernador chavista conocido por su cercanía al narcorégimen. La banda The Clutch, compuesta por miembros de estas agrupaciones, amenizó el acto, consolidando lo que muchos consideran una alianza entre artistas que alguna vez representaron la resistencia con el régimen opresor.
Estas actividades formó parte de una estrategia estatal para infiltrar el ámbito cultural y proyectar una imagen de normalidad bajo el lema "Venezuela se arregló". Sin embargo, detrás de esta fachada se esconden intenciones proselitistas dirigidas a perpetuar el poder del régimen a través de campañas disfrazadas como iniciativas culturales.
De emblemas de resistencia a símbolos de sumisión
Lo que resulta más doloroso para los seguidores es cómo estas bandas, percibidas durante años como íconos de lucha contra las injusticias sociales y políticas, han pasado a colaborar con un sistema que representa aquello que solían criticar. Canciones que alguna vez denunciaron el abuso policial, la represión militarista y las desigualdades sociales ahora parecen vacías frente a las acciones recientes de sus intérpretes.
En Venezuela, este tipo de comportamiento se asocia con el término "alacranes", utilizado para describir a figuras oportunistas que aparentan ser opositoras pero terminan colaborando con el régimen a cambio de beneficios personales.
Para muchos fanáticos del rock venezolano, este término ahora parece aplicarse tristemente a algunas de las figuras más influyentes del género.
Una estrofa para la traición
Inspirado por esta situación, escribí este verso libre que busca encapsular la indignación y desilusión generada por esta transformación:
La mentira es su instrumento,
prostitutas del mandon,
aliados del genocida,
la traición es su misión.
Pantaletas en el piso,
allá cayó la dignidad;
mientras al pueblo lo quiebran,
Tragan sable del poder-Total
Esta letra no solo denuncia la complicidad cultural con un régimen represivo sino también el impacto devastador que tiene en quienes alguna vez vieron en estas bandas un faro de esperanza y resistencia.
Conclusión
La participación de Desorden Público y Zapato 3 en eventos promovidos por el régimen chavista-madurista plantea preguntas fundamentales sobre la responsabilidad ética del artista en contextos políticos polarizados.
¿Es posible separar al arte del contexto en el que se produce?
¿Hasta qué punto los músicos y artistas deben rendir cuentas a su público cuando sus acciones contradicen los valores que alguna vez defendieron?
En un país donde la música ha sido históricamente una herramienta para denunciar injusticias y resistir al poder opresor, estos actos representan algo más que una simple colaboración: son un golpe al corazón mismo de la cultura contestataria venezolana.
Roger Francisco Nuñez Gamboa